En el
principio...
Por Eduardo Briones Medrano
En
el principio, al segundo día, el Creador
ante el caos, confusión y oscuridad, dijo: “Haya luz”, y
hubo luz. Génesis 1 - 2 y 3.
Una luz necesaria para
descubrir las maravillas de la Creación. Una luz que nos ilumine para
distinguir el bien del mal. Una luz que nos ayude a separar nuestros momentos
dedicados al trabajo, al descanso y al ocio. Una luz que nos permita reconocer el
tiempo en que vivimos.
Tiempo para llenarlo de
amor a Él, de caridad para quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de
ejercitar las virtudes con obras buenas. Todos hemos de llenar una determinada
medida para hacernos presentes finalizado nuestro tiempo.
Todo hombre descubre en
su corazón esa luz, que le indica el camino a transitar en esta vida hacia la
vida eterna. Cada día de nuestra vida es un tiempo que se nos regala y que solo
ahora, aquí, en esta vida, podemos vivir para que al final, nos presentemos al
Creador con las manos vacías o llenas.
Cada uno de nosotros hemos
de responder por la vida que recibimos al nacer. Cierto que no conocemos el
tiempo que se nos concederá a cada uno de nosotros, así que no debemos dejar de
hacer las cosas para después, pues como dice San Agustín: “A nadie se le ha prometido el
día de mañana”.
Esta incertidumbre nos
ayuda también a estar vigilantes en el aprovechamiento del tiempo y a
comprender mejor a la luz de la fe. Todos vamos por el mismo camino.
La luz para nosotros es
la conciencia. Oscura o iluminada,
según la luz que seamos capaces de retener. Es el momento más privado, que nos
permite estar a solas con nuestro Creador,
cuya voz resuena en lo más íntimo de nosotros.
Los seres humanos,
dotados de razón y voluntad libre, tenemos la obligación moral de buscar la
verdad conocida y ordenar toda nuestra vida según sus mandatos. La infidelidad
nace de la soberbia, por la cual nos revelamos a seguir las reglas, y el
ejemplo de los mayores.
Uno comprende enseguida
la culpa de otro, pero con dificultad se da cuenta de la suya: “un hombre es imparcial en causa ajena, pero
se perturba en la propia”.
Podemos ver gracias a la luz del sol, pero al cerrar los ojos, impido me llegue la luz solar. Culpa mía... no del sol.
Al inicio del año,
¡Pidamos luz para actuar con sinceridad y conciencia recta!
